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Y DEMÁS/Incontenible estupidez

¿Por qué ?%"#!" las empresas siguen apostando a lo woke?

Era obvio: el wokeísmo empresarial es una estrategia que busca atraer a los egresados de las universidades con flamante poder adquisitivo, solo que esa apuesta trae consigo un tremendo error de cálculo que terminará por enviarlas a la quiebra. Y ello ocurrirá más pronto de lo que pensamos

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OCTUBRE, 2025. Si bien la pesadilla woke sufrió un golpe brutal con la reelección de Donald Trump el pasado noviembre, su influencia va a la baja, por lo menos en Estados Unidos, entre otros factores, porque esa corriente fue fuertemente financiada con recursos públicos provenientes de la organización USAid (la misma que fue cerrada por Elon Musk antes de sus desavenencias con Donald Trump).

Sin embargo, las intentonas woke por parte de las grandes empresas han continuado pese a que ya no hay duda que esa estrategia las llevará a la ruina entre los consumidores, y para el efecto está el caso de Jaguar, cuyas acciones valen hoy lo mismo que el papel sanitario debido a un comercial woke. Y si bien American Eagle retomó sus tácticas publicitarias habituales con un comercial donde aparece la actriz y modelo Sydney Sweeney, hay otros que insisten en la misma, ruinosa fórmula de hacerse "inclusivos" pese a que el grueso de los consumidores repudia la influencia woke en los medios de comunicación, y ahora reflejada hasta cuando se visita un restaurante.

Barrel Cracker es una de las franquicias de comida con más sucursales, especialmente en el Medio Oeste norteamericano, conocida por sus platillos sureños tradicionales y por su ambientación tipo cabaña del viejo oeste, además de contar con un apartado de tienda de regalos con temática tradicional norteamericana. Pero hace unos meses el departamento de publicidad de Barrel Cracker anunció la "renovación" de la empresa que incluye cambiar el logo de la empresa donde aparece la imagen de un hombre sentado al lado de un barril. El hombre desapareció junto con el barril en el nuevo logo.

Asimismo se planea que el mobiliario de los restaurantes también sufra cambios y en las paredes, en vez de mostrar piezas de americana, se les sustituya por cuadros de colores suaves donde el tradicional color café del establecimiento será totalmente erradicado.

La autora de este cambio es Julie Felss Massino, encargada del Departamento de Publicidad de Barrel Cracker. La mujer apareció en un programa matutino de TV donde aseguró que el cambio de logo y de imagen "ha tenido una recepción abrumadoramente buena" entre los franquicitarios. "Durante una reciente reunión en Orlando, todos ellos se mostraron emocionados y listos para aplicar los cambios", dijo la mujer, una rubia con anteojos, cabello lacio y poco maquillaje... una mujer de apariencia woke, para acabar pronto.

Donde no se mostraron "emocionados y listos para aplicar los cambios" fue en la Bolsa de Valores donde Cracker Barrel perdió 100 millones de dólares a unas horas del anuncio de Fells Massino pese a que ésta asegurara que "no hemos cambiado, queremos proporcionar una imagen que atraiga a más consumidores, nuestra fórmula tradicional no cambiará, e incluso el logo original se mantendrá en los menús".

Por supuesto que Fells Massino cae en la incongruencia woke más grande de esta corriente: si se trata de mantener "el espíritu tradicional" de la empresa ¿por qué entonces se aplican modificaciones radicales a la esencia del producto? ¿No fue precisamente esa la promesa de Kathleen Kennedy de que "el espíritu de Star Wars no se vería alterado" al poco tiempo de haber comprado la jugosa franquicia a George Lucas para luego convertirla en basura que nadie quiere ver?

Y viene la pregunta: ¿por qué las empresas siguen apostando por lo woke pese a que la jugada les representará un pasaje casi seguro a la ruina? ¿Por qué y pese a que todos estos intentos han fracasado miserablemente, ya sea en el cine, los negocios, la industria del cómic, los videojuegos y en las plataformas digitales, se insiste en la misma medicina?

Barrel Cracker es una empresa "enana" en comparación con gigantes como McDonald's. De acuerdo al analista libertario Matt Walsh, los ingresos de Barrel Cracker en el 2019, antes de la pandemia, fueron de mil millones de dólares. Y fue precisamente la pandemia la que golpeó con ferocidad a este tipo de franquicias restauranteras que dependían de clientes potenciales para su subsistencia; de nada sirve tener temáticas y menús que gustan a los clientes si éstos dejan de consumir en tu establecimiento.

Ya desde el 2022, Barrel Cracker mostró que ese cambio no tenía intención alguna de mantener el "espíritu tradicional" de la cadena restaurantera" con una imagen de Instagram donde aparecen varias sillas, cada una con el respaldo pintado de diferentes colores, un claro mensaje de promoción LGBT+.

Hay otro elemento que Walsh menciona y que ningún otro medio se ha encargado en puntualizar: la cerrazón de los sindicatos ante la propuesta de alternativas durante los años de la pandemia para mantener a flote los establecimientos.

Walsh apunta, por ejemplo, que ante la ausencia de clientes potenciales, Barrel Cracker pensó en aplicar la estrategia Uber-Eats, esto es, llevar los platillos a domicilio, entregados por muchachos en bicicletas o motocicletas. "El sindicato se opuso, alegando que ello representaría el 'desplazamiento' para los empleados agremiados (los 'de confianza' fueron despedidos y echados a su suerte) quienes seguían recibiendo su salario aunque no se presentaran a trabajar", dijo Walsh. "Al final se llegó al acuerdo de utilizar a los repartidores aunque para cubrir las 'cuotas de desplazamiento', el sindicato se llevó una tajada del pago devengado por esos repartidores.

"Lo mismo ocurrió con cientos de franquicias a lo largo del país", apunta Walsh. "Muchas de ellas, entre las que se cuentan Long John Silver, no lograron sobrevivir a la pandemia".

Hay otro elemento que también se suele pasar por alto: las nuevas generaciones han sido adoctrinadas en las aulas para sentir "vergüenza" por todo aquello que represente los valores tradicionales norteamericanos. "Millones de milennials norteamericanos tienen la idea de que todo lo que lleve temáticas del medio oeste o de Daniel Boone representan el 'racismo endémico' por lo que les horroriza la idea de ir a comer o visitar este tipo de establecimientos", refiere el vloguero y analista Walsh: "Es innegable que ante la eventual desaparición física de su clientela tradicional, estos millenials con un poder adquisitivo cada día más fuerte representan la supervivencia de estas franquicias. Ello explica que estén acudiendo a otro tipo de estrategias para atraer al que será su clientela las próximas décadas".

Otro elemento al que apuestan las empresas se basa en que, bueno, donde más éxito ha tenido el adoctrinamiento woke es en los planteles escolares y en la industria editorial que proporciona esos libros de texto woke. Si agregamos a ello que la tasa de natalidad en Estados Unidos y en casi todos los países desarrollados va a la baja, los estrategas woke dan por un hecho que las nuevas generaciones, instruidas sobre lo que es el DEI, mantendrán vivas esas franquicias, adecuadas a lo que ellos quieren y no tanto a la fórmula tradicional (en otras palabras: los defensores de la imagen emblemática de Crackel Barrel abandonarán este mundo en las próximas dos décadas; ya no se puede seguir apostando a un sector de consumidores que se encuentra en vías de extinción).

De hecho, Cracker Barrel ya estaba atravesando por fuertes problemas económicos desde antes de la pandemia. De acuerdo a la pagina web de la revista libertaria reason.com, "las acciones de la empresa se encontraban a 175 dólares en el 2022 y dos años más tarde se ubicaban a 75 dólares, de una caída de más del 70 por ciento", y remata: "el cambio de imagen en Crackel Barrel no es una acción, es más bien una reacción".

El problema, por supuesto, es la estrategia para enfrentar la disyuntiva. El consumidor woke, lleno de prejuicios, jamás pondrá un pie en un restaurante Crackel Barrel aun si su interior queda saturado de banderitas LGBT; esa gente seguirá optando por consumir granola por las mañanas y comprar en las tiendas naturistas antes que pedir una hamburguesa con carne vacuna, uno de los tantos platillos tradicionales de Cracker Barrel. El woke es un cliente inflexible, cerrado a todo reto gastronómico; jamás va a intentar probar algo nuevo si de antemano tiene ideas preconcebidas.

La imagen de los Estados Unidos que todos conocemos sufrió enormes alteraciones durante buena parte del siglo XX pero su esencia se mantuvo incólume. Incluso en los 60 durante la época de los hippies y el movimiento beatnik, la bandera norteamericana era ondeada en las protestas contra la guerra en Vietnam y a ningún manifestante se le habría ocurrido faltar el respeto al Himno Nacional; la mayoría de ellos eran antigobierno, esencialmente si éste era de tendencia republicana.

En cambio, las actuales protestas son anticultura norteamericana, protestas que se están dando desde los mismos departamentos de publicidad y recursos humanos de esas empresas.

Las empresas como Cracker Barrel apuestan por una agenda internacionalista donde la cultura norteamericana carezca de derecho a imponer su visión sobre el resto del mundo. Todo aquel que haya crecido en los 80 y 90 recuerda que la diversión comenzaba al momento mismo de entrar a un McDonald's. El diseño actual de esa franquicia es brutalista, los colores vivos fueron sustituidos por paredes sin chiste y sus cuadros fueron removidos con todo y Ronald McDonald que te recibía sentado a la entrada con una sonrisa.

Hoy se busca que todas las cadenas restauranteras luzcan todas iguales y se les arrebaten los elementos individualistas que le dieron personalidad alrededor del mundo.

Cracker Barrel y otras empresas apuestan por un futuro woke porque esa camada que gozará de fuerte poder adquisitivo se encuentra en las universidades y cuando egrese tratará de imponer sus ideas y su forma de vida al resto de la sociedad. Sin embargo, un factor con el que se están topando los promotores de esta agenda es que una considerable parte de los norteamericanos no cuentan con estudios universitarios profesionales y se ve poco probable que esa tendencia baje los próximos años; es más, es posible que se incremente ante la idea de que un título universitario no necesariamente te garantiza un mayor ingreso, más aun cuando la percepción de que los planteles universitarios adoctrinan con mierda woke más que enseñar, es casi generalizada en la sociedad estadounidense.

Y a diferencia de las generaciones woke, el norteamericano promedio, aun en estados totalmente blue (demócratas) como California, Oregón o Minnesota, está orgulloso de la historia de los Estados Unidos: está consciente que esa historia incluye años de esclavitud y otros abusos pero que éstos han sido superados y ya son parte del pasado; ese norteamericano promedio valora más los triunfos y logros del país en que vive por encima de los fracasos y las vergüenzas.

El norteamericano promedio está consciente que sus ancestros no eran perfectos y actuaron dentro de convicciones con las que no necesariamente se está de acuerdo hoy, y ese norteamericano promedio espera que sus descendientes lo vean a él de la misma forma.

Ese norteamericano promedio sospecha que lo que sustituirá a cadenas como Cracker Barrell son propuestas totalmente ajenas al espíritu norteamericano con él cual creció. Y eso mismo pasaría con el ciudadano de cualquier otro país donde se buscara destruir su legado cultural. ¿Cuál sería la reacción en México si a los restaurantes de comida mexicana se les retiraran los cuadros y el mobiliario con cuadros de paisajes y pueblos para cambiarlos con imágenes de figuras geométricas pero se afirmara que nada cambiará, que todo seguirá igual?

Las empresas se hacen woke por una razón que ya abordamos en otro artículo y porque consideran que es momento de cambiar estrategias para atraer a nuevos clientes. Pero lo que quizá jamás comprendan o entenderán es que la estrategia woke no es efectiva, es ruinosa, los ejemplos abundan hoy y son incontrovertibles.
 

 

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