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La obesidad no empodera ni libera a nadie: el chantaje de la gordofilia

Hace apenas años atrás el sobrepeso era visto como un riesgo para la salud que tendría enormes consecuencias en el sistema de salud de nuestros países. Pero ahora decir algo tan obvio es considerado políticamente incorreto y hasta racista. ¿Qué fue lo que cambió? Entre otras cosas, que los fabricantes de la llamada comida chatarra ya contribuyen a la causa progre

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NOVIEMBRE, 2023. A menos que se trate de hipopótamos o elefantes, los mamíferos no debemos ni tenemos porqué ser obesos. Pero en este 2023, cuando todo mundo puede percibirse como se le pegue la gana y donde la obvia realidad es presentada como el más grande de los engaños, resulta que ser gordo, tener kilitos o kilotes de más, es una manera de mostrar al mundo que somos libres y que nos hemos quitado de encima las cadenas opresoras del poder patriarcal que alguna vez concluyó que mantenerse delgado "era la correcto".

Un video viral de hace algunos años presentaba a una mujer con sobrepeso que daba de martillazos a una báscula mientras le gritaba "¡te odio, te detesto, ya no dependeré nunca más de ti!" No era una mujer fea pero su rostro belfudo transmitía amargura y sentimientos capaces de  llevarla a odiar un objeto metálico inanimado. Cierto, como automovilistas podemos odiar a los semáforos pero ello no nos da impulsos de dañarlos a martillazos.

Pero la destrucción tanto de básculas como de semáforos no terminará con el problema de la obesidad o del tráfico lento. La empresa que fabrica ambos aditamentos ya ganó de antemano vendiendo el producto y no dejará de construirlo simplemente por la furia de un cliente insatisfecho. Los lloriqueos de la mofletuda dama son tan infantiles como suponer que el culpable de nuestras desgracias es un objeto, y no nosotros mismos.

Y ha ahí el asunto: inmadurez emocional.

Hasta hace poco se nos remachaba que el sobrepeso, el estar "llenito", era una amenaza contra nuestra salud. Por fin las madres de muchos niños habían dejado atrás la idea de que si sus vástagos estaban "chonchitos" era una clara señal de que podrían enfrentar cualquier enfermedad. Pero ahora esa idea nefasta regresa y con más brío, la satanización a quien piense que una persona con sobrepreso es algo "anormal" y que, por el contrario, quien quiera tener encima 20, 30 ó más kilos, es muy su bronca y representa un claro desafío contra quienes defienden la delgadez de los seres humanos como un asunto meramente estético, que como una cuestión de salud.

Según un artículo publicado por The New York Post, la "nutrióloga" Elise McCommack mandó al carajo sus conocimientos y nos salió con que "basar el bienestar físico de una persona con el ser esbelto carece de fundamento" y agregó que "el concluir que la esbeltez es sinónimo de buen gusto, aparte de ser una muestra de racismo sistemático, es una imposición hacia las minorías mediante estándares occidentalizados".La "nutrióloga" McCommack fue claramente devorada por la ideología woke y que la llevó a traicionar todo aquello en lo que una vez creyó en torno a la buena nutrición. Porque el peso excesivo en una persona no "libera" a nadie, ni hace a un mujer más feminista ni la libera de las cadenas del patriarcado. Por el contrario, quien tenga sobrepeso podrá imaginarse que es libre y que puede comer lo que se le pegue la gana para coraje del capitalismo (el cual, por cierto, le permite adquirir una variedad de productos para acumular sus buenos kilos) pero la persona se está perjudicando a sí misma cuando su abultado cuerpo le cobre la factura, traducida en diabetes, hipertensión, cáncer de colon o enfermedades cardiovasculares.

Cosa extraña que hasta hace poco, esa misma izquierda que a grito pelón aboga hoy por los obesos es la misma que clamaba porque los llamados "productos chatarra" fueran prohibidos o al menos se les penalizara con altísimos impuestos. Cómo olvidar esas diatribas donde nos advertían que la también llamada junk food provocaría una epidemia de enfermedades cardiacas y llenaría los hospitales "como un antesala del cementerio", según dijo en el 2012 un legislador demócrata llamado Charles Rangel. Según reportó The New York Post, Rangel declaró que "nunca como ahora hay que detener la voracidad de esas empresas que venden productos altamente procesados y por tanto difíciles de asimilar para el cuerpo humano y que desembocan en un serio problema de salud pública".

La aseveración de Rangel es sin duda cierta, pero llama la atención que ahora que el atracarse con comida chatarra pasó a ser un acto de liberación, Rangel ande tan calladito. ¿Acaso se la pasa perdiendo el tiempo consumiendo litros de soda y papitas fritas sin parar?

¿O es que realidad nuestros cuerpos se han vuelto tan progres al punto que han modificado nuestro metabolismo? ¿Es que antes las enfermedades cardiovasculares por padecer obesidad se desarrollaban con más frecuencia o, más aún, el mantenerse delgado, ejercitarse y tratar de mantener buena salud ha pasado a ser un acto "racista" y "políticamente incorrecto?

Esta supuesta simpatía por los gorditos está más conectadas con otro aspecto que huele mucho, pero mucho, a billete verde. ¿Qué han hecho en Estados Unidos los productores de dulces, chocolates, pastelillos, bebidas gaseosas, frituras y repostería que engorda con gusto para que repentinamente hayan dejado de ser los villanos? Fácil: la mayoría se han vuelto woke.

El ejemplo más a la mano es el de Hershey, la conocida empresa que ofrece las barras de Milky Way y Snickers. Hace unos meses Mars, subsidiaria de Hershey, puso a la venta sus coinfituras M&M "inclusivas" con paquetes que incluían una cantidad mayor de confituras café dado que la anterior variedad multicolor ¡era racista! Asimismo, las barras de Nestlé Crunch difundieron en el 2021 un comercial de TV donde aparecían dos sujetos quienes muy juntitos compartían ese producto e intercambiaban sonrisas que los delataban como ser más que amigos. (¿o amigues?)

Franz Family Bakery, productora de pastelillos y pan de caja --un equivalente a Bimbo en México-- abrazó la causa woke a mediados del 2021 y ahora ofrece barras de pan "hawaiiano" y "nativoamericano" para de paso dejar a su mínima expresión el pan con el tradicional color blanco. No vaya a ser que se piense que la empresa es racista por andar vendiendo rebanadas blancas.

Uno de los productos que más gordura produce es el helado de sabores. Según el experto en nutrición Javier Gómez, entrevistado por fasenlinea, "una deliciosa cucharada de bola de helado de vainilla contiene en promedio 220 calorías, algo que aumenta si al helado le agregas chispas de chocolate, que se iría hasta las 300 calorías. En suma, un helado de 2 'bolas', con barquillo comestible incluido, contiene igual número de calorías que cuatro Pingüinos Marinela".

Pues bien, eso lo deben saber bien los dueños de Ben and Jerry's, una de las primeras empresas en declararse woke y que ofrece helados de sabores rebosantes en calorías. ¿No resulta sospechoso, por tanto, que ninguna ONG enemigas de la comida chatarra se hayan manifestado en contra de una productora de helado que colabora, en mucho, a la gordura para quien consume su producto en exceso?

Subitamente toda estas empresas dejaron de contribuir al daño de las arterias, el corazón, los riñones y los estómagos para millones de personas. Llevamos rato sin daber de crítica alguna contra McDonalds, Burger King p KFC con el argurmento de que venden comida con altos niveles de colesterol. ¿Por qué será? ¿acaso porque, como reporta Ramay  Ramaswamy en su libro Woke.Inc, todas esa empresas canalizan millones de dólares a esas ONGs para volteen hacia otro lado y las dejen trabajar en paz?

Esa reacción ya la había denunciado Ramaswamy al apuntar que "cientos de empresas norteamericanas con amenazadas por estos activistas con armarles un escándalo si no 'cooperan con la causa'". Eso fue lo que le ocurrió a una empresa productora de pajillas con sede en California. Se le acusó de vender un producto que causaba la muerte de miles de peces en el mar dado que las pajillas no pueden ser recicladas. Al poco tiempo la empresa se autodeclaró "inclusiva", ofreció pajillas multicolores y siguió vendiendo el producto sin mayores molestias. Para entonces el asunto de los peces asfixiados parece haberse solucionado pues los activistas dejaron de quejarse.

Claro que es un silencio comprado. Como ejemplo Jeffrey Folks de la página americanthinker.com estima que megaempresas como Walmart destinan entre 100 y 120 millones de dólares anuales a estas ONGS enfocadas en "estudios de género", "inclusividad", "representación" y  "combate al racismo sistemático" entre otros terminajos. ¿Alguien recuerda alguna crítica reciente de estos activistas hacia WalMart, acusándola de no contar con sindicato,  de ofrecer condiciones desventajosas a los nuevos empleados y de exponerlos a largas horas de trabajo y ataques que eran cosa diaria en sus diatribas? Nosotros tampoco.

Gracias a ese chantaje la izquierda tampoco ve ya con tan malos ojos a la comida chatarra y, en un giro sorprendente, ahora defienda los derechos de los obesos a "ser ellos mismos", destruyendo las básculas creadas por el patriarcado para esclavizarlos.

Sin embargo el nutriólogo Gómez apunta que la obesidad en Estados Unidos es reflejo de una sociedad emocionalmente enferma y que las empresas que ofrecen productos chatarra solo están llenando una oferta del mercado: "La psicología y una buena nutrición van de la mano. Es evidente que una persona emocionalmente inestable tiene más probabilidad de ser una persona obesa dado que el comer en exceso refleja una baja autoestima, un rechazo inconsciente a su apariencia física y a carencias afectivas sufridas durante los primeros años. La obesidad suele ser una consecuencia, no una razón en sí".

O como refirió el comediante Dennis Miller, un psicólogo sin título: "Alguien reveló en sus infancias a quienes hoy son activistas de izquierda que Santa Claus no existe, algo que les provocó profundos traumas. Por eso hoy desprecian tanto que se les eche en cara la verdad. Por eso no soportan la verdad, ni tampoco la toleran".
 

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