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El Napoleón no es como lo pinta Ridley Scott

Considerado uno de los mejores cineastas de la historia, Ridley Scott dirigió la película sobre un personaje clave de la humanidad y el resultado es tan malo que nos lleva a pensar si ya es hora de retirarse y dejar la dirección luego de esta terrible película donde el protagonista es presentado como un intrascendente papanatas. Ridley Scott y mediocridad son palabras que raramente van juntas: con Napoleón, lo combinación finalmente ha ocurrido

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DICIEMBRE, 2023. Hace unas semanas se estrenó en los cines lo más reciente de Ridley Scott, uno de los directores legendarios de Hollywood, la película Napoleón, estelarizada por Joaquin "Joker" Phoenix, considerado uno de los mejores actores de su generación.

Semejante combinación se antojaba una propuesta irresistible. Después de todo Scott y Phoenix ya habían trabajado en Gladiator, donde el segundo encarna al emperador espurio Comodus. Y dado que a Gladiator se le ubica como una de las películas épicas más importantes en la historia, ir a ver Napoleón seguramente repetiría la magia de otra superproducción a cargo de este director británico.

Sin embargo, tanto los admiradores de Scott y de Phoenix como del legendario general corso se han llevado una terrible decepción. Los primeros porque la película es mediocre, lejos de los estándares de un director que además nos dio peliculones como Alien y Blade Runner, y a un actor que hizo añicos la personificación de los otros guasones, Jack Nicholson incluido. Y los segundos porque el protagonista quedó muy lejos del concepto que tenemos de él: un general osado, carismático, decidido, arrogante y un estratega de primera línea, al nivel de Julio César y Alejandro Magno.

Lo que presenta el Napoleón de Ridley Scott, en cambio, es a un personaje timorato, inseguro, a ratos un tarado, hay ocasiones en que la cámara lo enfoca directamente y se le ve una tira de baba. ¿Es ésta acaso al representación real del general corso que conquistó Europa, estuvo a unos metros de conquistar Moscú y que perdió una batalla decisiva por enfrentamientos con sus generales, una batalla que de haberla ganada habría resultado en una Europa totalmente distinta a la que hoy conocemos?

El Napoleón de Scott parece llevar la encomienda de destruirlo como figura histórica, reverenciada incluso (como ejemplo, para entrar al mausoleo en París donde reposan sus restos, la puerta de entrada es pequeña y hay que hacer una caravana para poder entrar, como si se le estuvieran rindiendo honores). La estrategia de sus batalla que pasarían a convertirse en libros de texto --entre ellas la famosa "pinza", luego reproducida en la Guerra Civil norteamericana-- la lealtad de sus tropas que con todo derecho compartieron la gloria de sus victorias, el haber restañado el orgullo de una Francia destrozada por el radicalismo de los jefes revolucionarios... nada de eso cuenta en la versión de Ridley Scott. Se trata, en cambio, de un tipo berrinchudo, consumido por la lascivia, un belicoso que desafió los principios de liberté, fraternité, igualité, principios que, por cierto, llevaron a la guillotina a muchos que los habían enarbolado como rebelión contra la monarquía.

Las inexactitudes históricas seguramente sobrepasan a los aciertos --en una escena,

En esta película, Napoléon presencia cómo María Antonieta es guillotinada, un jupiteriana falsedad-- ocurrencia que no debería preocuparnos tanto si asumimos cómo algo similar ocurrió con Gladiator, donde ni Comodus mató a su padre ni las carrozas de los gladiadores llevaban tanques de gas en su interior. La diferencia es que aquella película desarrolla una historia cautivante, entretenida y donde sus dos horas y media de duración se van como un pestañeo.

Y como toda producción hollywoodense contemporánea, este Napoleón incluye a una feminista empoderada, esta vez representada en Josefina, la esposa del jefe corso. "Sin mí tu no éres nada", le espeta ella al protagonista, quien le responde de la misma manera. Josefina da a entender que ambos son esencialmente sus áreas genitales, lo que la lleva a ella a disfrutar el ser una ninfómana.

Pues fíjate que no, como diría Quico, el personaje de El chavo del 8: Napoleón ya era alguien mucho antes de conocer a Josefina, viuda de un tipo que murió en la guillotina, y surgió siéndolo aun después de muerto pues nadie recuerda batalla alguna ganada o perdida por Josefina, y es difícil que hubiera destacado en la historia por sus méritos propios. Este "empoderamiento" de Josefina carece de respaldo histórico: incluso los libros más críticos del legendario estratega coinciden en que éste tuvo amantes a montones y Josefina destacó por ser a la que desposó formalmente, algo que no detuvo una mutua puesta de cuernos.

El historiador británico Paul Johnson escribió una biografía poco halagüena de Napoleón, enfocada más que nada en bajarlo del pedestal. Pero en ningún momento Johnson trata de destruir su memoria sino más bien ponerla en un contexto más realista, esto es, que Napoleón alcanzó un poder monumental en forma meteórica entre un río de burocracia y corrupción. A diferencia de esa gente, ensoberbecida y sobrevalorada de sí misma, Napoleón los utilizó como escalones para hacerse del poder.

Su coronación como emperador marca la bofetada final a esos grupos que no lo bajaban de "cabo" y oficial de poca monta. Y sobre todo, apunta Johnson, Napoleón "supo cómo seducir a la gleba, la cual se autopercibía como ignorada de sus necesidades por parte del gran poder. Napoleón logró que cada victoria suya fuera interpretada como una victoria del pueblo".

Y dado que provenía de una familia pobre y sin esperanzas, es de suponerse que Napoleón estuviera obsesionado con el mérito. Revisaba con minuciosidad el historial de sus aspirantes a generales y los desechaba si había puntos cuestionables en su ascenso. Por eso la burocracia francesa lo detestaba y por ello el poder establecido hizo lo posible para infiltrarse en su gobierno; un mérito que, por cierto, no convenía a su archienemiga Inglaterra que se difundiera, máxime porque ésta era una monarquía que vio como una "payasada" la coronación de Napoleón. Con todo, y pese se tratarse de un ensayista de primerísimo orden, no olvidemos que Johnson era inglés y su juicio en torno al general corso difícilmente habría sido ecuánime, como tampoco habría sido el del director Scott, igualmente un ciudadano británico.

Queda claro que este Napoleón hollywoodense busca denostarlo por su defensa acérrima del mérito, algo considerado políticamente incorrecto en el mundo actual. En esta película no hay méritos, solo máscaras, traiciones y un país al mando de un inmaduro que hace rabietas cuando no se sale con la suya.

Al final de la película se presenta un recuento de las víctimas de Napoleón, definiéndolo como un asesino en masa, un Hitler del siglo XIX. Llama la atención que ninguna producción sobre Stalin y Pol Pot haya incluido un recuento similar.

Paradójicamente, y si queda claro que este Napoleón de Ridley Scott es ficción pura ¿cómo esperan que el espectador tome por reales esas cifras, aun si lo hubieran sido?

La película da saltos en el tiempo que se ven inconcebibles. Como ejemplo, de sus derrotas en Moscú se salta a su exilio en la isla de Santa Elena, un brinco histórico d e tres años. ¿qué pasó mientras tanto, por qué el corso terminó lo más lejos posible del país que había gobernado?

Hollywood suele desmitificar a muchos personajes históricos. Lo hizo con Patton (1970), con una actuación magistral de George C. Scott, con Amadeus (1985) donde el compositor serio pasó a ser un tipo de sonrisa vulgar, pésimo para administrar el dinero y alguien con su autoestima bastante baja. Pero en ningún momento redujo su genio ni al final aparecieron con notas ridículas tales como "Debido a Mozart, miles de otros compositores, no solo Salieri, quedaron en el olvido, sobre todo aquellos víctimas del privilegio blanco".

Sin embargo, y si Napoleón realmente fuera un pusilánime como lo pinta Ridley Scott, ¿cómo es que llego a conquistar casi a toda Europa en tiempo récord? ¿Acaso un timorato inseguro, un pasguato, hubiera llegado sin resistencia alguna hasta Egipto y llegó a ser el único rival europeo al que Inglaterra llegó a temer, más que a la misma España? Si una figura como Napoleón conquistó en 70 por ciento del territorio europeo y era un inseguro, un timorato que logró lo que logró: ¿qué no habría conseguido de ser un general avezado, brillante, valiente y decidido? Se habría tragado al mundo conocido hasta entonces.

No ha pasado ni un mes del estreno de Napoleón y la película ya va en caída libre al olvido (no se dude que en la ultrawoke entrega del Óscar la postulará por lo menos en dos categorías). Mejor busque en el catálogo Waterloo, estrenada en 1970, estelarizada por Rod Steiger y Christopher Plummer, mucho más entretenida y ecuánime que esta porquería. Y resulta increíblemente asombroso juntar en el mismo renglón  la palabra mediocre con Ridley Scott.
 



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