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INTERNACIONAL

 Danny Ortega, el dictadorcito al que nadie incomoda

Cuesta trabajo imaginar que alguna vez se le consideró un idealista al punto que recibió la visita de intelectuales, celebridades y demás vainas adictas al discurso progre. Hoy la realidad se ha impuesto: Daniel ortega terminó por ser la repetición, ahora de la izquierda, de los peores excesos del somocismo. Pero los vientos parecen soplar  en su contra. Finalmente habrá justicia contra este Houdini de la política internacional?

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FEBRERO, 2023. En la madrugada del 19 de este mes, las autoridades migratorias llegaron a la curía en San Rafael de Monte en busca del sacerdote dominico Cosimo Damiano Muratori, lo declararon persona non grata y lo llevaron al aeropuerto de Managua. Según Migración local, Damiano era buscado por la Interpol, acusado de presunto delito de violencia sexual --el comunicado omitió el "presunto", por cierto-- y fue condenado a la pena de 4 años y seis meses de prisión".

Llama la atención que el arresto de Damiano y otros prelados por parte del gobierno nica hubiera ocurrido en noviembre del 2019, hace más de cuatro años, y que hasta hoy el régimen nicaragüense hubiera decidido su expulsión.

El sacerdote había estado confiado a encierro domiciliario en la curía pero no por el delito que se le achaca en Italia, por cierto. Hace algunas semanas la dictadura orteguista liberó a 200 presos acusados de "traición a la patria" a los que se envió a Estados Unidos. Damiano fue el único que rehusó abandonar el país: "aquí me quedo", advirtió en un de sus homilías.

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Es tragicómico, por supuesto, que se acuse de "traición a la patria" a alguien que ostenta la ciudadanía de otro país, pero así es como se las gastan las dictaduras: el argumento no es más que un mero tecnicismo burocrático. Pero como claramente se deduce, no fue la acusación  de presunto abuso sexual contra el prelado lo que originó su expulsión sino sus denuncias contra el régimen que está pisoteando la democracia. Las recientes elecciones presidenciales fueron tan sucias y descaradas que sonrojarían de vergüenza a la maquinaria electoral que el priísmo tuvo en otros tiempos.

Poco después que Damiano dijera que Nicaragua "se estaba alejando de la democracia", en una de sus conferencias, Ortega acusó a los sacerdotes de ser "una mafia" y agregó que "no se sentía respeto por papas ni reyes". Poco después Dannyboy ordenó el arresto de los sacerdotes por "meterse en asuntos internos".

A todo esto, ¿cuál fue la respuesta del Papa Francisco? "Es una pena", refirió, reacción más que tibia si asumimos lo que sucedería si esta expulsión de sacerdotes se hubiera dado en México con Fox o con Calderón, en Brasil con Bolsonaro o en Argentina con Mauricio Macri. El asunto sería en este momento un escándalo mundial.

La expulsión también marca el fin de un largo, larguísimo e incondicional romance que los prelados católicos tuvieron con Daniel Ortega. No olvidemos que varios de los ideólogos del sandinismo fueron sacerdotes, entre ellos Ernesto Cardenal, abierto promotor de la Teología de la Liberación, y que tras el ascenso de los sandinistas, los sacerdotes progres tuvieron derecho de picaporte dentro del gobierno; incluso varios de ellos censuraron fuertemente a Violeta Vargas Vargas de Chamorro, viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, quien derrotó a Ortega en las elecciones presidenciales de 1991.

Lo asombroso --y que denota que a esos prelados importaba mas el poder que las prédicas evangélicas-- es que Vargas era una católica devota y había realizado labores de beneficencia a favor de la Iglesia nicaragüense.

El romance de conveniencia llegó al punto de que Ortega, aparte de declararse católico, afirmó que Nicaragua era "democrática, cristiana y socialista" y contrajo nupcias bajo el rito católico con su hoy esposa Rosario Murillo en una boda presidida por el cardenal Miguel Obando y Bravo, otro Promotor de la Teología de la Liberación.

Ortega es el ejemplo claro, prístino, de esa izquierda aplaudida por los intelectuales y la prensa internacional que alaba como un redentor a sujetos como Ortega y prefiere callar o voltear hacia  otro lado cuando ese supuesto redentor se convierte en un déspota, en un enemigo de la democracia. Sucedió con Fidel Castro, sucedió con Salvador Allende (situación que cambió, por supuesto, tras el golpe pinochetista) y con Hugo Chávez.

Lo increíble aquí es que Ortega, que ya había mostrado sus impulsos dictatoriales casi desde que llegó al poder por primera vez, se hubiera postulado de nuevo años después pese a su negro historial y que esta vez, para asegurarse que no lo volvieran a echar en unas elecciones incómodas, cambió la Constitución a su gusto, no sin antes asegurarse el respaldo de las fuerzas armadas y la compra de periodistas al más puro estilo priísta.

A quienes ya no pudo mandar callar tan fácilmente esta vez fue a los sacerdotes: el 2 de mayo del año pasado, el obispo de Matagalpa, Armando José Álvarez, denunció que el régimen "busca una Iglesia muda, que no anuncie la esperanza del pueblo". Lo anterior refrenda en buen grado el rol de "idiotas útiles" de los sacerdotes nicaragüenses y ante lo cual Lenin, el autor de la frase, señaló que "todos ellos nos sirven, son parte del proceso revolucionario pero al final también a ellos los colgaremos".

De hecho Damiano, el prelado que acaban de expulsar, durante años fue abierto defensor del sandinismo y  aplaudió el "proceso revolucionario" al tiempo que pidió ser ubicado en Nicaragua para "vivir de cerca" la transformación de una república bananera a un paraíso de igualdad socialista. No fue hasta que Damiano comenzó a hablar mal de Ortega cuando la dictadura "recordó" que había acusaciones de abuso sexual de la Interpol.

Previsiblemente, la detención y el arresto de estos sacerdotes el pasado agosto no provocó indignación entre la prensa internacional, fiel aliada de Ortega desde que el Washington Post lo alabó como "El Fidel Castro de Centroamérica" en una editorial publicada en 1978 a unos días de estallar la guerra civil en ese país.

 No podemos olvidar las presuntas acusaciones de estupro de Ortega contra su propia hijastra, desdeñadas por la prensa y que no le impidieron postularse de nuevo a la presidencia. Daniel Ortega se ha salido tantas veces con la suya y ha escapado de acusaciones serías que podíamos llamarse llamarle el Houdini de la política mundial, lo que no podría haber logrado sin la complacencia y el silencio de la prensa internacional.

Sin embargo, está comenzando a darse un fenómeno interesante: los mismos colegas izquierdistas de Ortega parecen estar dándole le espalda.

El presidente colombiano Gustavo Pietro denunció "irregularidades" en el reciente proceso electoral (¡y vaya que las hubo, en especial las amenazas veladas del gobierno contra los demás candidatos!) mientras el mandatario chileno Gabriel Boric y hasta López Obrador, quien dijo que acogería a los refugiados nicaragüenses aunque sin atreverse a romper relaciones con Nicaragua yo evitó dar una condena más profunda. ¿Por qué de repente todos ellos se han dado cuenta que Ortega, quien ha estado en el poder desde el 2012, ha pisoteado la democracia a su antojo? ¿Por qué ninguno de estos mandatarios "progresistas" acusan a Ortega de su autoritarismo si las elecciones generales fueron en noviembre del 2021, hace ya más de un año?

La Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) emitió un comunicado donde denuncia que los nicaragüenses excarcelados y expulsados "sufren secuelas emocionales y sociológicas (..) muchos de ellos tienen problemas para conciliar el sueño, han perdido su sueño natural, les cuesta. Otros están durmiendo en el suelo, todavía no se sienten listos par acostarse en una cama", esto de acuerdo a lo dicho por Marcos Cardona, secretario ejecutivo de la CPDH. "Algunos de ellos se declararon víctimas de tortura como permanecer totalmente a oscuras las 24 horas del día, bajo luces encendidas, o carecer de colchones y cobijas".

Podía suponerse que la presión internacional y por parte de la misma CPDH pudieran haber modificado la percepción de sus colegas socialistas hacia Danny Ortega, pero idéntica situación se da en las cárceles venezolanas bajo la dictadura de Nicolás Maduro y eso sigue sin incomodar a López Obrador, a Pietro o a Boric. En las próximas semanas se despejará la duda sobre esta súbita indignación hacia un dictadorzuelo que lleva rato, muy buen rato, manejando a Nicaragua como su feudo, situación que, más que irónicamente, la misma que denunciaba Ortega respecto a Anastasio Somoza y que dejó borrachos  de idealismo a los intelectuales y a los periodistas de todo el mundo. Al final se trató de un vulgar quítate tu para ponerme yo.

 

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