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Indiana Jones y el
templo de la mediocridad
La mancuerna Lucas-Spielberg
decidió traer de vuelta al aventurero arqueólogo pero el resultado
fue, lo menos, desastroso, y si le fue bien en taquilla fue por inercia.
Seis años después de su estreno, recordamos porqué Indiana Jones
and The Kingdom of the Crystal Skull ha envejecido tan rápido
Indiana Jones and the Kingodm of the Crystal Skull
Harrison Ford, Beuef, Kate Blanchett, John Hurt
Dirigida por Steven Spielberg
Paramount Video/2008
DICIEMBRE, 2012. Cuando Harrison Ford anunció que nuevamente encarnaría a Indiana Jones la sorpresa fue agradable, sin olvidar que el actor se acercaba a los 65 años y que a esa edad el ser héroe de acción y verse ridículo marca una línea apenas visible. Los fans del arqueólogo fuimos al cine, escuhamos la inmortal música de John Williams y... nada. Lo más disfrutable de aquella tarde en la sala fueron las palomitas de maíz.
¿Qué pasó? Alguien especulaba que todo director debería evitar hacer continuación en
cualquier cinta con Sean Connery con estelar (preguntemos a Gorge Lazenby, quien suplió a Connery como James
Bond. ¿Así se llamaba, cierto?) mientras otros han sugerido que no existía mayor necesidad de traer de vuelta a "Junior" Jones. El caso es que Indiana
Jones and the King ot the Crystal Skull es una cinta mediocre, lejos de los grandes momentos de entretenimiento que Lucas y Spielberg nos han traído por tantos años. En realidad fueron varios los puntos que marcaron este fracaso artístico, si bien no lo hizo tan mal en taquilla aunque ello se debiera a la inercia que el personaje llevaba consigo. Por esa razón la mayoría de nosotros compramos el boleto de entrada.
Un problema es el perfil de los villanos. Una década después de derrotados los nazis los nuevos enemigos de Estados Unidos son rusos, o soviéticos, como antes se les conocía. Pero éstos sabíamos de antemano que eran crueles, despiadados y, en cambio, la villana en esta ocasión, de nombre Irina (la australiana Blanchett) parece un personaje salido de las caricaturas de Boris Malosnov. El argumento, asimismo, es bastante débil: ¿para qué querían, específicamente, los rusos la calavera de cristal? Cuando se acerca el final de la película estamos
experimentando algo inusual en Spielberg, el ver cómo una película se le derruye sin remedio (a Lucas ya le pasó con
Howard the Duck, donde igual que aquí la hizo de productor, de modo que ya debe estar acostumbrado).
Otra diferencia fundamental: a diferencia de las otras tres cintas del arqueólogo, en esta cuarta entrega la plaga políticamente correcta hace que no se aborden temas que pudieran "herir" las
susceptiblidades de los espectadores (en estos tiempos, ideas como el Arca se la Alianza o el Santo Grial nunca habrían sido aprobados por los estudios); en esta ocasión Indiana debe "respetar" las costumbres de los sitios que visita --qué esperanzas que le disparara a alguien como lo hizo cuando un tipo lo amenazaba con un sable en la primera película-- de modo que ésta se convierte en una búsqueda con la cual la mayoría de quienes asistimos a la sala difícilmente queremos seguirlo; la búsqueda de lo divino, en el develar
misterios milenarios, fue uno de los máximos atractivos de Indiana Jones. Una calavera de cristal,
en ambio, la puede conseguir cualquiera en un tianguis de Macchu Pichu o Chichen Itzá.
El tercer elemento que hizo de Kingdom of the Crystal Skull una cinta
decepcionante fue la inclusión de Mutt (LeBeuf), un niño que Indiana procreó, entre escapadas y discusiones, con Marian (Allen), y
cuyo regreso fue uno de los pocos detalles para aplaudir aquí. Mutt fue el gancho para que las nuevas generaciones se interesaran en la historia pero el problema es que el
transformer boy, lejos de representar a un rebelde con ínfulas de James Dean, parece más bien un muchacho del siglo XXI insertado en otra década, además que el chico tiene cero carisma, lo opuesto, por supuesto a Connery o al niño chinito que aparece en
Temple of Doom.
Esta cuarta película no viene incluida en el paquete de DVDs de la trilogía original, algo que sí ocurre en
su versión BlueRay. En este caso hay poco que comentar aparte de las entrevistas con Spielberg y Con
Lucas, mucho menos entusiastas, por cierto, que en las tres películas anteriores del arqueólogo. Algo también indiscutible es que si usted deja se brinca esta cinta, con las otras tres basta. Habrá ganado dos horas más de tiempo libre.

Aunque huele a
propaganda progre, es buena
Quiz Show
John Torturro, Ralph Fiennes, Rob Morrow
Dirigida por Robert Redford
Universal/1993
DICIEMBRE, 2012. Parece chiste pero hubo un momento en que la televisión tenía programas que estimulaban la inteligencia, y no solo eso, gozaban de buen
rating. Ello ocurrió sobre todo en la década de los cincuenta cuando las principales televisoras de Estados Unidos ofrecían programas de concurso de conocimiento: los dos competidores se metían en unas cabinas a prueba de ruidos, con audífonos puestos mientras el conductor les hacía preguntas sobre cultura general. Quien respondía
correctamente acumulaba puntos (y dinero) hasta que alguien más lograba destronarlo. La expectativa de los espectadores entre programa y programa era tal que, en el ínter, iban a las tiendas a comprar los productos que se anunciaban. (En México, naturalmente, tuvimos nuestra versión totonaca llamada Premio de los 64 Mil Pesos a cargo de Pedro Ferriz, allá a fines de los sesenta).
Un ganador que parece imbatible es Herbie Stempel (Torturro), un nerd malvestido y anteojudo quien se ha vuelto insoportable al saber que en la cabeza trae una enciclopedia. Sin embargo en un programa contesta mal ante una pregunta increíblemente fácil. Ahora el nuevo rey es Charles Van Doren (Fiennes), perteneciente a una de las familias de mayor prestigio académico de los Estados Unidos. Van Patten es lo contrario a Tempel: amable, carismático, atractivo para las espectadoras, todo un triunfador en la vida y ahora convertido en estrella de la televisión. ¿Qué puede salir mal?
Una indiscreción, por supuesto: Stempel denuncia que la televisora lo presionó para que respondiera mal dado que los
ratings --y por ende la venta de Geritol, el principal anunciante-- van a la baja. Stempel, quien es judío, acusa a los productores de antisemitismo pero aún así se le sigue juzgando como un mal perdedor. Sin embargo un joven e idealista investigador del FBI llamado Dick Goodwin (Morrow) está decidido, si existe alguna, destapar esa cloaca.
Cuando Van Doren también parece se eternizará como el campeón de Quiz Show, se le manda hablar a la
oficina de los productores y estos le advierten que "estamos ante el mejor momento en que te retires" pues el
rating va a en descenso dado que el público se aburre cuando un ganador prolonga mucho su reinado. De nuevo, Van Doren deberá perder respondiendo incorrectamente una pregunta increíblemente sencilla.
Goodwin continúa con su investigación y cuando uno de los productores acepta cooperar a cambio de inmunidad --"acepté todo por mi familia"-- decide demandarlos por fraude. Y es aquí donde la película comienza a
empantanarse porque todo la trama se traslada a los tribunales --como se sabe, las cintas de abogados fueron el infierno fílmico de los noventa-- y sus enmarañadas
elucubraciones y vueltas de tuerca que le quitan dinamismo a una película que puso impecablemente la situación sobre la mesa.
Si le quitamos toda esa fantochería progre a la que el director Robert Redford es tan adicto, en término generales
Quiz Show es una película bastante rescatable, además que dio a conocer a Hollywood a Fiennes, actor de tablas shakesperianas que hasta entonces no se le había reconocido totalmente.
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