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París, la primera gran ciudad destruida por el wokeísmo
El consenso, por lo menos entre la gente racional, es que París 2024 está ofreciendo los peores Juegos Olímpicos de la Historia, esto como consecuencia de un excremento pseudodogmático que se quiere imponer al mundo antes que llegue el 2030. ¿Qué pensarían Napoleón, Victor Hugo, Julio Verne y los hermanos Lumiere si vieran la porquería que el wokeísmo ha hecho de esa ciudad?
AGOSTO, 2024. Contaba Albert
Speer, el también llamado "arquitecto del diablo", cómo él y
varios de sus colegas trataron de disuadir a Adolfo Hitler de
destruir París al poco tiempo de visitarla durante los años de la
ocupación. Evidentemente el dictador se quedó con las ganas pero
quizá pronto, esta vez de ultratumba, se saldrá con la suya: la
también llamada Ciudad Luz atraviesa por una etapa de descomposición
inducida, muy lejos del romanticismo del que ha gozado, con parejas
besándose al atardecer y con la suave música de acordeón como fondo.
La destrucción que el hombre del bigotito tenía en mente era
mediante bombardeos aéreos mientra que la actual destrucción se basa
en dos elementos, uno, la inoculación del bombardeo ideológico y,
segundo, la inmigración indiscriminada y excesiva. Y si bien Paris
desde siempre ha sido polo de inmigrantes, los de otras épocas eran
bohemios, poetas, escritores, escultores, pintores y cantantes,
desde Edith Piaff hasta , desde
Óscar Wilde hasta
Jim Morrison,
cuyos restos reposan ahí. Todos ellos aportaron lo mejor de su
talento a la ciudad.
En cambio, los inmigrantes más recientes han traído a la ciudad no
solo el wokeísmo, una ideología tan destructiva que habría deleitado
tanto a Hitler como a Stalin, de quienes el wokeísmo ha tomado
muchos elementos. Asimismo, la inmigración, excesiva e
indiscriminada de personas procedentes de culturas que poco o nada
tienen que ver con Francia han convertido a París en una ciudad
irreconocible y, sí, horrible. "No hay duda: dos personajes tan
ideológicamente disímbolos como Charles de Gaulle y Francois
Miterrand estarían horrorizados de ver en lo que se ha convertido
París", dijo el analista canadiense Jordan Peterson.
La reciente apertura de los Juegos Olímpicos da clara muestra de
hasta dónde han calado esos efectos en el alma parisina. En vez de
los espectáculos impresionantes que vimos en las ceremonias de
Atenas 2004 --estatuas vivientes que se movían con una coordinación
perfecta-- o Beijing 2008 -- cientos de tambores retumbando al mismo
tiempo como forma de manifestar el poderío del dragón chino-- lo que
tuvimos en París 2024 fue indignante, vergonzoso y, en resumen, una
soberana porquería: 13 drag queens, con una mujer obesa al centro,
haciendo una burla abierta al cuadro La Última Cena de Leonardo da
Vinci. En la escena aparecía también una menor de edad acompañada de
varios sujetos, claramente pervertidos sexuales; incluso uno de
ellos mostraba un testículo de fuera.
Por supuesto que el payaso de las cachetadas de estos grupos, de nuevo, fue el cristianismo. Los organizadores de esta porquería y que se autoasumen como transgresores no encontraron nada de qué mofarse en el Islam, religión que abiertamente condena la homosexualidad y puede costar la vida a quien la ostente dentro de sus fronteras. Auténticos canallas y cobardes.
Igualmente cobarde ha sido la reacción, o mejor dicho la falta de ésta, del Vaticano. ¿Dónde está la condena del Papa Francisco hacia este acto de clara confrontación anticristiana? Con excepción de varios prelados franceses --que no olvidemos, uno de ellos fue arteramente asesinado por un fanático musulmán-- la reacción en la comunidad religiosa internacional ha sido muy tibia.
La primera pregunta, naturalmente es:
¿qué tenían que ver trece sujetos (si, trece, por si a alguien
quedaba duda de a quién iba dirigido el mensaje) con el espíritu
olímpico o, al menos, la historia de la ciudad? En la ceremonia de
México 68 realizada hace casi seis décadas, se mostró el valioso
acervo cultural del país con bellos bailes folklóricos y
coreografías que se habían ensayado por años.
La segunda interrogante: ¿por qué en la ceremonia no se resaltó
prácticamente nada de la igualmente valiosa cultura francesa? Ni una
sola mención a Napoleón, omisión tan estúpida como saltarse a Benito
Juárez o a George Washington en una referencia histórica de esos
países. Tampoco vimos nada, absolutamente nada, sobre Honorato de
Balzac, Julio Verne, amadeo Modigliani, Marie Curie, Toulouse
Lautrec, Georges Bizet, los
hermanos Lumiere, Brigitte Bardot, la ya mencionada Edith Piaff,
Antoine Saint-Exupéry, autor de El Principito, Jean Paul
Belmondo, Johnny Haliday... vamos, ni siquiera una sola mención al
aviador Ronald Garros, cuyo nombre lleva uno de los torneos
tenísticos más prestigiados del mundo.
En cambio, lo que vimos fue, aparte de la ultrajante burla a La Última
Cena, la cabeza decapitada de María Antonieta, esto en una ceremonia
que los padres suelen ver acompañados de sus hijos. De nuevo: ¿qué
tiene de olímpico ver a un grupo de degenerados --ojo: no por ser
homosexuales, algo a lo que tienen todo derecho; el 99 por ciento de
esa comunidad aporta lo mejor de su talento a su comunidad y no
muestra actitudes aberrantes-- en lo que se supone es una celebración
del espíritu humano, de la pacífica competencia, de reforzar la idea
entre nosotros de que el deporte, además de fortalecer nuestra
condición física, es el mejor método para ser competitivos y al
mismo tiempo convivir en paz?
La ceremonia tenía el obvio propósito de destruir ese ideal, de
hacer trizas el orgullo nacional, el ánimo de competitividad y,
sobre todo el mérito. Recordemos que los Juegos Olímpicos
habían sido, hasta París 2024, un homenaje al mérito de la esencia
humana donde quien mejor se preparaba recibía una recompensa en una
medalla del mejor metal y una recompensa moral donde el que más se
esfuerza se queda con el reconocimiento y el honor.
La porquería que vimos en la ceremonia evidencia cómo la izquierda
woke
odia todos esos conceptos y anhela hacerlos trizas: en vez de ver
desfilar a glorias olímpicas de otros tiempos, como ha sucedido en ceremonias
previas, lo que presenciamos fue a una mujer obesa, abierta
antítesis del deporte, y a unos tipos que claramente no asisten a los
gimnasio, como el desagradable tipo pintado de rosa que según esto
encarnó a Dionisio.
Igualmente, el olimpismo fomenta entre los participantes el espíritu
nacionalista. de pertenencia y donde el amor a su país es capaz de
disminuir los momentos de flaqueza durante las prácticas y durante
las competencias y, sobre todo, un espíritu que hace a un lado la
idea de derrotar a un contrario en una guerra y hacerlo mejor a
través de una competencia.
Cierto, el perdedor suele atravesar
por un periodo de humillación y tristeza, pero son sentimientos
mucho más pasajeros que el perdedor suele atravesar por momentos de
humillación y tristeza, pero son sentimientos mucho más pasajeros
que, por ejemplo, las secuelas de un conflicto bélico. Eso lo sabía
perfectamente el Barón Pierre de Coubertain, quien pese a algunos
conceptos suyos un tanto errados (lo importante es competir, es
verdad, pero no es tan importante como ganar) estaba
consciente que el progreso tecnológico que se avizoraba a
inicios del siglo XX traería conflictos mucho peores para la
humanidad y que una manera de neutralizar la amenaza era
mediante el deporte. Y como se vio a lo largo de e siglo, Coubertain acertó hasta
la última letra. Quizá por ello este personaje, por cierto de origen
francés,
haya sido otro de los olvidados por el comité organizador
de estos Juegos Olímpicos.
Dado que el wokeísmo es un movimiento internacionalista, ve al nacionalismo como algo repugnante y nocivo a sus intereses, de ahí que,
en vez de haber invitado a la ceremonia a la cantante Alizé, tuvimos a
Celine Dion, de origen canadiense, a la norteamericana Lady Ga Ga y
a un grupo alemán de heavy metal. ¿Dónde quedó la aportación de la
riquísima cultura francesa?
El ya referido analista canadiense Jordan Peterson lo advierte
claramente:
"La inmigración sin asimilación es imposición, la difusión de conceptos inapelables sin discusión es imposición, el asilenciar sin discusión es imposición, el perseguir sin entender es imposición, el juzgar sin analizar es imposición, el adoctrinar sin consultar es imposición, el obligarte callar por cosas que te incomodan es imposición".
La revolución francesa fue un experimento que trajo consigo una era de terror y donde la "cancelación" se aplicaba permanentemente a través de la guillotina. No se dude que los wokes busquen aplicarla de nuevo si su poder sigue creciendo como hasta ahora en que ya ha engullido los principales organismos internacionales, Hollywood, los Premios Nóbel, todas las ceremonias anuales, desde Grammys hasta reconocimientos literarios, los principales eventos deportivos, el mundo editorial y las megaempresas más influyentes del mundo.
Los próximos Juegos Olímpicos tendrán lugar en Los Ángeles en el 2028, una ciudad aun más liberal que París. Si la locura woke se mantiene hasta entonces, los grados de depravación que veremos en su ceremonia de apertura se antojan horripilantes, asquerosos.
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