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A lo mejor se acuerda: los álbumes de barajitas

Todo empezaba con un álbum al que había que irle pegando decenas de barajitas hasta llenarlo y recibir un premio a cambio, pero el asunto no era tan fácil: además del enorme desembolso económico que representaba a nuestros progenitores y que, a mediano plazo, las barajitas comenzaban a repetirse sin clemencia. Pero como no teníamos copiadoras de color para reproducir esas barajitas que nos faltaban...

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SEPTIEMBRE, 2022. Todo aquél que cursó la primaria y la secundaria en el veinteario 1970-1980 indudablemente pasó por el trance: una de las clases en la escuela era interrumpida unos minutos para que unos vendedores abrieran sus maletines y nos ofrecieran "el nuevo álbum de estampitas" que se convertiría en obsesión para muchos de nosotros los meses siguientes. El gancho era invariable: los sujetos nos presentaban un álbum, bellamente impreso y con decenas de cuadritos vacíos a los que iríamos pegando barajitas  hasta llenarlo para de ahí llevarlo a "la tienda de la esquina" y llevarnos un premio. Y como muestra de la buenísima voluntad de los vendedores, el álbum nos lo ofrecían a precio de descuento y no solo eso, a todos los alumnos nos obsequiaban un paquete con barajitas para ir empezando la colección.

Los álbumes de barajitas estaban lejos de ser asunto nuevo. Desde los 40 surgió un negocio multimillonario para coleccionar e intercambiar estampas de peloteros, muchas de las cuales luego alcanzarían precios siderales. Posteriormente a alguien se le ocurrió pegar esas estampas en un álbum para hacer crecer el negocio aún más. Cuando la moda llegó a nuestros países, los álbumes fueron promovidos expresamente por una conocida empresa que nos vende pan de caja. También hubo estampas de atletas, basquetbolistas y futbolistas pero en las escuelas se aceptaba promocionar los álbumes que tenían cierto sesgo didáctico o del entretenimiento.  (Recuerdo como si fuera ayer que durante mucho tiempo anduvo brincoteando dentro de mi mochila una barajita de Steve Austin El Hombre Nuclear donde se le veía muy serio y frunciendo el seño. Tiempo después le dibujé un bigotito al coronel Austin y ya no supe más del destino de ese Hombre Nuclear hecho barajita).

En éstas épocas cuando el esmarfón o el áipad se han convertido en gracia, maravilla y tortura para millones de amileniados, el hablar de estos álbumes de barajitas coleccionables debe sonarles tan obsoleto y desusado como para nosotros lo fue el escuchar sobre las propiedades del aceite de ricino.

Pero es indudable que estos álbumcitos provocaron un furor increíble entre muchos de nosotros, después de todo nuestra única forma de entretenimiento no estaba en esas pantallitas de celular sino en las películas y, por la noche, en la barra de programas que los canales de la capital, esencialmente de Telesistema y luego Televisa, nos atiborraban antes que don Jacobo cerrara la jornada del día con sus noticias entre pesimistas y oficialistas, que a la postre resultan ser lo mismo.

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Como muestra de la escasísima variedad de opciones de la que carecíamos entonces, a la mañana siguiente todos platicábamos sobre los programas de la noche anterior, cháchara a lo que se sumaba la infaltable pregunta una vez que los álbumcitos de marras comenzaban a popularizarse entre nosotros: "ya tienes la barajita de...?"

Ese era el inicio del gastadero que vendría después, no tanto para nosotros, la mayoría unos mocosos cuya capacidad económica se limitaba al "domingo" de nuestros padres quienes debían realizar un desembolso adicional para que pudiéramos ir retacando el álbum con esas barajitas. En este punto debemos resaltar que nuestros paterfamilias no siempre hacían muecas de disgusto si se trataba de esos álbumes "pedagógicos" que, suponían ellos, necesariamente nos habrían de dejar algo bueno.

Pero si se trataba de otras colecciones, por ejemplo, con El Chavo del 8 como tema central --una de las más exitosas, hasta donde recuerdo-- o de Capulina, nuestros padres reclamaban "a todos ellos los puedes ver en la tele ¿para qué los quieres en un álbum?"

Y es que, en retrospectiva, estos álbumes de barajitas ofrecían muchísima más variedad que los otros medios disponibles. Los había de todo tipo, desde los oficialistas que incluían a los héroes de la Independencia. de la Revolución Mexicana --algo un tanto absurdo y redundante pues ya estábamos viendo esa (distorsionada) historia en nuestros libros de texto-- de los presidentes mexicanos, de los líderes mundiales, de las banderas de todos los países y, por lo menos en la escuela religiosa a la que asistía de niño, un álbum con barajitas de santos el cual, recuerdo claramente, provocó muy poco interés, de nuevo porque el asunto sonaba igualmente absurdo y redundante en un colegio manejado por monjas.

Por tanto, y quizá en clara obviedad, los álbumes de mayor popularidad presentaban temas que poco o nada tenían de académicos. Uno de los más recordados y que apareció allá por 1971 ofrecía barajitas de los artistas de Hollywood y de México y luego salió otro con los personajes de Hanna Barbera y uno más de Warner Bros, con Bugs Bunny y hasta Piolín, de jugadores de la entonces Primera División,  programas de televisión gringos y locales, de lugares famosos del mundo, de inventores, de historia humana e historia natural. La Coca-Cola, por cierto, financiaba muchos de estos álbumes, ente ellos uno de la Selección Nacional (para el Mundial del 78l, las barajitas fueron sustituidas por corcholatas, no de Morena sino de refresco y que al reverso incluían imágenes de los jugadores. El álbum perdió popularidad y vigencia la misma tarde que "los nuestros" recibieron sendas goleadas cortesía de las selecciones de Alemania, Camerún y Polonia para echarlos de vuelta a casa tras una vergonzosa actuación).

Un álbum que recuerdo incluía barajitas que  en vez del tradicional cuadrito, éstas tenían el contorno de animales y se pegaban en la imagen en los espacios en blanco dentro de un fondo que bien era un desierto, la tundra o el fondo del mar, lo que en realidad constituía un libro de biología de excelente calidad. Asimismo, el coleccionar álbumes incluía tener a la mano una dosis extra de resistol o pegamento, algo que muchas veces "tapaba" el texto explicatorio de cada barajita que a veces se leía dentro del cuadrito pues solo se debía "pegar" la parte de arriba de la baraja; la pestaña superior se levantaba para así poder leer el texto, pero eso nadie lo hacía y recordábamos que debíamos haberlo hecho inmediatamente que poníamos la barajita sobre la plasta de resistol.

Un "extra" que recuerdo de estos álbumes es que en ocasiones incluían un rompecabezas que podía formarse con varias barajitas. El problema era que, debido a las técnicas de impresión lejos de ser perfectas, las imágenes rara vez "cuadraban" y al acomodarlas salían cosas deformes como un álbum que presentaba a los "grandes científicos de la historia" con un póster  que formaba una imagen donde varias eminencias de la ciencia de todos los tiempos estaban de pie como si estuvieran posando para la cámara. Cuando había que juntar en el rompecabezas la figura de Louis Pasteur, éste quedaba formado con media cabeza y un ojo extra.

Conforme nuestro álbum se iba llenando de estampitas, la pasta de resistol los iba haciendo más pesados y resultaba complicado abrirlos con facilidad. Otro desastre ocurría cuando por efecto del pegamento, las barajitas se pegaban a las páginas lo que nos obligaba a romper las valiosas estampitas mientras, con todo cuidado, tratábamos de remover loas hojas con un cuchillo de cocina.

Invariablemente y cuando el llenado de nuestro álbum ya iba en etapa avanzad, las mentadas barajitas comenzaban a repetirse. Los demás coleccionistas repasábamos con nuestros colegas las que nos sobraban con un "ya-ya-ya-ya-ya-ya" hasta que, finalmente, aparecía la barajita que buscábamos aunque para que ello ocurriera podían transcurrir semanas o meses. En este punto algunos coleccionistas perdían la paciencia y terminaban por mandar el álbum al carajo pero otros se obstinaban hasta el occipucio con completarlo. Algunos lo lograron, pero fueron muy pocos. El resto esperamos mientras llegaba el siguiente furor representado con otro de esos álbumes de barajitas que hoy ya sin historia, sepultados por la tecnología de los Ipads, los androids y demás celulódicos.

La moda de los álbumes hoy sería irrepetible por otra razón: En aquel entonces no disponíamos de copiadoras de color, lo cual nos habría permitido copiar ilegalmente las barajitas que nos faltaban y pegarlas en el álbum haciéndolas pagar por legítimas. Supongo que, en este caso y en alusión al viejo tema de The Buggles, el byte mató a la estrella del álbum.

 

 

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